Cuidado con el frágil límite entre la gripe y la enfermedad
Hay cuadros de gripe o catarro que se salen de lo normal y, lo que parecía ser una infección que se curaba con un tratamiento sencillo, terminan siendo algo más complejo, en este caso se podría estar hablando de una enfermedad conocida como inmunodeficiencia primaria.
Aunque detrás de todos los casos no se esconde la inmunodeficiencia primaria, los padres deben estar atentos ante cualquier síntoma, en especial cuando recurrentemente la gripe del niño se convierte en neumonía u otra patología más aparatosa, que amerita uso de antibiótico y largas hospitalizaciones.
Una de las alertas se da en los niños que no pueden ni siquiera llevarlos a una piñata, ni a sitios donde existan aglomeraciones, porque inmediatamente se enferman.
Otros de los signos que deben llamar la atención son: las fiebres a repetición, decaimiento y falta de interés. También, otitis, sinusitis, problemas de piel a repetición y cuando han sido hospitalizados varias veces al año.
Estudios y prevención
Cuando el cuadro de salud del niño se complica con una infección patológica recurrente se necesitan estudios inmunológicos más profundos, porque puede tratarse de chicos con inmunodeficiencia primaria.
Una de las poblaciones vulnerables son aquellos bebés que nacen con deficiencia de anticuerpos y por lo tanto es necesario estudiarlos.
Las investigadoras venezolanas Rosy Barroso, pediatra neonatóloga, y Lorena Benarroch, quien es pediatra e inmunólogo clínica, indican que una de las medidas preventivas es el mantener la lactancia materna hasta los dos años de vida.
Para los más grandes recomiendan cuidarles su régimen nutricional, porque hay alimentos que el sistema inmunológico no es capaz de digerir. “Hay que evitar que las infecciones recurrentes se conviertan en crónicas, porque una vez que eso pasa son más difíciles de erradicar y pueden lesionar órganos y sistemas”.
Recuerdan que hay más de 70 formas de inmunodeficiencias primarias y todavía, a través de investigaciones, se consiguen nuevas. Se dividen en dos tipos: una que culmina entre los 5 y 7 años de edad y otra que queda para toda la vida. De allí, la importancia de detectar la enfermedad a tiempo.